sábado, junio 27, 2009

Superpoderes a modo de autoanálisis o la teoría del avestruz

Que levante la mano quien no haya tenido alguna vez el deseo de ser invisible. Muy probablemente, todos los que la hayáis levantado (aunque haya sido mentalmente) entenderéis de lo que hablo. Para los que no, seguid leyendo, seguro que muchos acabáis por daros cuenta de que en realidad sí habéis tenido dicho deseo.

Hoy es uno de esos días en los que todo me molesta. Hablo de esos días incómodos en los que cuando andas por la calle te sobran las personas, y el sonido que pueda hacer cualquier cosa se magnifica de un modo casi ofensivo. Los claxon de los coches se convierten en impertinentes alaridos que irrumpen en tus tímpanos. El pitido del cierre de puertas del metro retumba en tu cabeza cómo si ésta se hubiera convertido repentinamente en la bóveda de una iglesia. Las conversaciones de la gente suenan a un cúmulo de patochadas sin fundamento que con sumo gusto, y si no fuera por la educación que hemos recibido de nuestros padres y de la vida en general, rebatirías con argumentos implacables. Más un largo etcétera de sensaciones que varían según la intensidad del sentimiento y de quien, en este caso, lo sufra.

Llegado ese punto es cuando empieza a aparecer el deseo de querer que el resto de la humanidad desaparezca ante ti. Evidentemente, y aunque la lógica del razonamiento no haga más que aumentar tu frustración, eres conscientes de que, cómo simple mortal, no estás capacitado para tal empresa, así que, respirando hondo, cierras los ojos y, desde ese instante, decides apenas levantar la mirada del suelo con el absurdo propósito de pasar inadvertido entre la gente, como si el hecho de no establecer contacto visual con nadie evitara el poder ser visto por alguien. Piensas que, si el resto del mundo no puede desaparecer ante ti, serás tú quien desaparecerá ante ellos. Y de repente te das cuenta de que con este curioso método, es cómo se obtiene la deseada sensación de invisibilidad.

Después de haber pensado en ello, y haber analizado la situación y los sentimientos que de ella se derivan, saco las siguientes conclusiones. Cuando no tenemos un buen momento, día, semana, temporada, tendemos a sentirnos débiles y vulnerables; frágiles cuál flor abandonada a la suerte que pueda correr en el césped de un parque público, si tiene mucha, conseguirá pasar sus días hasta que el corta césped lo decida, si no tiene tanta, será un balonazo o tal vez el pisotón del niño que lo chutó, quienes hagan la misma función. Esta sensación nos provoca inseguridad y, por extensión, hace que nos sintamos amenazados, es entonces cuando aflora nuestra necesidad de supervivencia y, en forma de instinto de protección, nos lleva a tomar actitudes que nos hagan creer superiores a todo cuanto nos rodea.

Pero yendo un poco más allá es cuando me doy cuenta de lo realmente curioso que resulta el asunto. Hoy digo sentir la necesidad de ser invisible ante la gente, sin embargo, lo único que hago para conseguir tal propósito es no levantar la mirada o mantenerla concentrada en algo muy concreto, por ejemplo escribiendo en el móvil, cómo estoy haciendo ahora. Irónicamente siento que, dicha actitud me confiere una ventaja
que percibo como insuperable por el resto de la gente, ya que, siendo invisible, yo puedo verles a ellos pero ellos a mi no, porque como es evidente, el hecho de estar escribiendo en el móvil con cara de rayos y mantener la mirada fija, me hace invisible, no? Evidentemente que no, pero el hecho es que tendemos a proyectar la solución a nuestras inseguridades a la posesión de superpoderes.

Es entonces cuando descubro que lo que percibe la gente al verme, porque evidentemente me ven (lógicamente lo sé y por eso no me importa), es algo muy distinto y que en efecto difiere mucho de la imagen que tenemos de un superhéroe. En palabras más o menos exactas, lo que piensan es: “Mejor le dejo tranquilo...”

Concluyendo pues, no somos nosotros quienes nos volvemos invisibles como por arte de magia ante el resto de la gente, sino justo al revés, es en realidad el resto de la gente quien nos permite ser invisibles al respetar nuestro espacio, tan y más necesario que nunca en esos (estos) momentos.

Es así pues, cómo establecemos este extraño vínculo con el resto de la humanidad, justo cuando menos creemos necesitar el contacto con otros, y es que el contacto no es siempre necesariamente algo físico, cómo ahora por ejemplo, ellos me permiten ser invisible y yo les dejo que crean que me siento invisible, se trata de un simple intercambio, ¿cuál es el problema? Otro día seré yo quien permita ser invisible a alguien.

Gracias!

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