lunes, septiembre 13, 2010

Tutto dipende... del detalle

Soy un amante de los detalles. No me malinterpreten, o sí, aunque por si a caso les advierto que no me refiero a que sea un quisquilloso. Hablo del detalle como todo aquel método de expresión que no salta a la vista. Tampoco quiero decir que esté oculto, si no que simplemente no se muestra ante nosotros sobre un fondo con luces de neón diciendo: “Eh, tu! Sí, tu! Mírame! Soy un detalle! Es que no me ves? Estoy aquí, justo delante de tus narices!”, básicamente eso eliminaría su naturaleza de “detalle”.

Puede que la mayoría de veces pasen desapercibidos, pero los detalles tienen un motivo para existir. Cuando conocemos algo (objeto/persona/animal/concepto...) accedemos a conocer su parte general, tal vez la más grande, la de mayor tamaño, y sin embargo no necesariamente la mayor parte. Es justo aquí donde entran en juego los detalles, ya que sólo su conocimiento es lo que nos acerca paso a paso (detalle a detalle) a conocer el todo de algo.

“Hay que fijarse en los detalles”, decimos a veces, y nótese la expresión usada, “fijarse”, lo que implica que no están escondidos, ya que si así fuera diríamos: “Hay que buscar los detalles”, y sinceramente, quien ha oído alguna vez esta expresión? Ellos no se esconden, nosotros los obviamos o los pasamos por alto sin darnos cuenta. Podemos pensar que tal vez sean demasiado pequeños o demasiado poco evidentes, sin embargo no olvidemos que el término “demasiado” es siempre relativo a algo, es decir, demasiado pequeños para qué? En relación a qué? Demasiado pequeños/poco evidentes para ser vistos? No, ya que muy bien sabemos de su existencia. Demasiado pequeños/poco evidentes para nuestra velocidad de reconocimiento, entonces? Bien, nos acercamos, pero esto lo cambia todo, pues justo esto pasa de convertirlos a ellos en “demasiado pequeños”, a nosotros en demasiado rápidos.


Los detalles no pueden alterar su tamaño, forma o visibilidad, en definitiva, el modo de mostrase ante nosotros, ya hemos explicado antes porqué. No está dentro de la naturaleza de un detalle el ser adaptable, sin embargo sí en la nuestra. Un detalle es cómo es, y cualquier modificación que afecte a su modo de mostrarse ataca directamente a su esencia y pureza. También nosotros podemos decir que somos como somos, que cada uno es como es y que eso no se puede cambiar, pero... algo nos ha enseñado la experiencia, no? Para empezar, quien ha hablado de “cambio”? No, yo no. Yo no he hablado de cambio, yo hablo de adaptabilidad. Dos conceptos parecidos, sí, pero sutilmente diferentes, he aquí una muestra patente de la importancia de los detalles. La adaptabilidad implica que haya un cambio, sí, pero momentáneo, temporal, circunstancial, transitorio, llámesele cómo se quiera. Uno es como es y así debe ser, sin duda ni discusión, pero uno puede ser también adaptable, no? O es que a caso somos tan orgullosos como para poder vivir sin necesidad de apreciar el placer que produce el conocer un detalle? El placer de cruzarse con él y decir: “Hola señor detalle! Encantado de conocerle! Vaya, desde luego hace usted que el Todo luzca realmente espléndido!” Hablo del placer que produce la sensación del sabernos conocedores de algo a un nivel superior que los demás por el simple hecho de haber reparado en sus detalles.

Permítanme que les ilustre con un chiste:

  • Dice la señora con cierta vehemencia mientras observa un reconocido cuadro expuesto en una de las galerías de arte más punteras de Nueva York, en el que se muestra un hombre abatido sobre una mesa con la cabeza entre sus manos: “Oh, qué bonito cuadro! Sin duda plasma todo el sentimiento de angustia y sufrimiento del autor!”
  • Y entonces tu piensas: “Sí señora, muy bonito y angustiante, pero... ¿sabía usted que el retrato que aparece sobre el tocador del fondo de la habitación representa a la madre real del autor, y que éste aquí lo plasmo cómo tributo y homenaje al gran amor que sentía por ella por todo cuanto lo apoyó a lo lago de su angustiosa y tortuosa carrera cómo pintor en la que nadie más que ella le apoyó y confió en él, y que estando al borde del suicidio el otoño de 1879 fue el recuerdo de ese apoyo incondicional el que evitó que lo hiciera, y justo por ese motivo puede estar usted ahora haciendo gala y alarde de sus baratos conocimientos de arte delante de esos que dicen ser sus amigos, con un pésimo léxico, vestida con las ropas más caras que ha podido encontrar en la tienda y los mismos zapatos con los que hubiera pateado el culo del autor de este cuadro al que tanto alaga, a la voz de -Apártate de mi, escoria!- por confundirlo con un pordiosero si se lo hubiera cruzado por la calle en la época que vivió, hecho que hubiera contribuido a engrosar su inseguridad y como consecuencia las posibilidades de su suicidio que, cómo ya he dicho fue sólo evitado por el recuerdo del gran amor de su madre que, recordemos, es la que aparece en el retrato representado en el fondo del cuadro sobre el cual no ha parado ni la más mínima atención? No, no lo sabía, ¿verdad? Pues lo siento señora, pero usted no llegará jamás a disfrutar de este cuadro ni un cuarto de la mitad de cómo yo lo estoy haciendo. Y no sólo eso, si no que a demás no le voy a dar el placer de hacerlo, el placer es mio.

Ya lo sé, no es un chiste, pero a que tiene gracia? Tómenlo con humor, no hablo de que el objeto de prestar atención a los detalles nos deba convertir en unos pedantes atroces (o sí, hay quien bien sería merecedor de ello), evidentemente estaba exagerando, pero el saber, el conocimiento, la información... son poder, y lo más importante, ni ocupan lugar ni sabemos cuando los vamos a necesitar.

La diferencia, en resumen, es sencilla: “Aquellos quienes no reparan en los detalles creen conocer algo; quienes reparan en sus detalles son conocedores de ese algo.”

sábado, junio 27, 2009

Superpoderes a modo de autoanálisis o la teoría del avestruz

Que levante la mano quien no haya tenido alguna vez el deseo de ser invisible. Muy probablemente, todos los que la hayáis levantado (aunque haya sido mentalmente) entenderéis de lo que hablo. Para los que no, seguid leyendo, seguro que muchos acabáis por daros cuenta de que en realidad sí habéis tenido dicho deseo.

Hoy es uno de esos días en los que todo me molesta. Hablo de esos días incómodos en los que cuando andas por la calle te sobran las personas, y el sonido que pueda hacer cualquier cosa se magnifica de un modo casi ofensivo. Los claxon de los coches se convierten en impertinentes alaridos que irrumpen en tus tímpanos. El pitido del cierre de puertas del metro retumba en tu cabeza cómo si ésta se hubiera convertido repentinamente en la bóveda de una iglesia. Las conversaciones de la gente suenan a un cúmulo de patochadas sin fundamento que con sumo gusto, y si no fuera por la educación que hemos recibido de nuestros padres y de la vida en general, rebatirías con argumentos implacables. Más un largo etcétera de sensaciones que varían según la intensidad del sentimiento y de quien, en este caso, lo sufra.

Llegado ese punto es cuando empieza a aparecer el deseo de querer que el resto de la humanidad desaparezca ante ti. Evidentemente, y aunque la lógica del razonamiento no haga más que aumentar tu frustración, eres conscientes de que, cómo simple mortal, no estás capacitado para tal empresa, así que, respirando hondo, cierras los ojos y, desde ese instante, decides apenas levantar la mirada del suelo con el absurdo propósito de pasar inadvertido entre la gente, como si el hecho de no establecer contacto visual con nadie evitara el poder ser visto por alguien. Piensas que, si el resto del mundo no puede desaparecer ante ti, serás tú quien desaparecerá ante ellos. Y de repente te das cuenta de que con este curioso método, es cómo se obtiene la deseada sensación de invisibilidad.

Después de haber pensado en ello, y haber analizado la situación y los sentimientos que de ella se derivan, saco las siguientes conclusiones. Cuando no tenemos un buen momento, día, semana, temporada, tendemos a sentirnos débiles y vulnerables; frágiles cuál flor abandonada a la suerte que pueda correr en el césped de un parque público, si tiene mucha, conseguirá pasar sus días hasta que el corta césped lo decida, si no tiene tanta, será un balonazo o tal vez el pisotón del niño que lo chutó, quienes hagan la misma función. Esta sensación nos provoca inseguridad y, por extensión, hace que nos sintamos amenazados, es entonces cuando aflora nuestra necesidad de supervivencia y, en forma de instinto de protección, nos lleva a tomar actitudes que nos hagan creer superiores a todo cuanto nos rodea.

Pero yendo un poco más allá es cuando me doy cuenta de lo realmente curioso que resulta el asunto. Hoy digo sentir la necesidad de ser invisible ante la gente, sin embargo, lo único que hago para conseguir tal propósito es no levantar la mirada o mantenerla concentrada en algo muy concreto, por ejemplo escribiendo en el móvil, cómo estoy haciendo ahora. Irónicamente siento que, dicha actitud me confiere una ventaja
que percibo como insuperable por el resto de la gente, ya que, siendo invisible, yo puedo verles a ellos pero ellos a mi no, porque como es evidente, el hecho de estar escribiendo en el móvil con cara de rayos y mantener la mirada fija, me hace invisible, no? Evidentemente que no, pero el hecho es que tendemos a proyectar la solución a nuestras inseguridades a la posesión de superpoderes.

Es entonces cuando descubro que lo que percibe la gente al verme, porque evidentemente me ven (lógicamente lo sé y por eso no me importa), es algo muy distinto y que en efecto difiere mucho de la imagen que tenemos de un superhéroe. En palabras más o menos exactas, lo que piensan es: “Mejor le dejo tranquilo...”

Concluyendo pues, no somos nosotros quienes nos volvemos invisibles como por arte de magia ante el resto de la gente, sino justo al revés, es en realidad el resto de la gente quien nos permite ser invisibles al respetar nuestro espacio, tan y más necesario que nunca en esos (estos) momentos.

Es así pues, cómo establecemos este extraño vínculo con el resto de la humanidad, justo cuando menos creemos necesitar el contacto con otros, y es que el contacto no es siempre necesariamente algo físico, cómo ahora por ejemplo, ellos me permiten ser invisible y yo les dejo que crean que me siento invisible, se trata de un simple intercambio, ¿cuál es el problema? Otro día seré yo quien permita ser invisible a alguien.

Gracias!

domingo, marzo 01, 2009

Querido blog...

Sé que hace mucho que no te escribo, pero tal y cómo ya expuse en el que fue, hace ya casi 3 años, mi primer 'post', padezco de canitis aguda, es decir, que soy un perro...

No lo tomes a mal, pero tampoco estoy intentando que suene a excusa, ni tan siquiera pretendo disculparme, en realidad, reconozco que, aunque no me gustaría que así fuera, es muy probable que después de escribir esta nueva entrada, o 'post', llámesele cómo se quiera, mi perrería impida que vuelva a escribir hasta al cabo de otros 3 años o más, bien conocido es lo caprichosa que puede llegar a ser dicha criatura que, no olvidemos, habita en las entrañas de todos y cada uno de nosotros... Así que, tal y cómo decía antes de que otra de mis afecciones conocida cómo retoricismo agudo, o más comunmente, irse por las ramas, se interpusiera en el camino por el que viajan los impulsos nerviosos emitidos por mi cerebro y que conducen hasta mis dedos para que estos traduzcan dichos impulsos en acciones que, en este caso consisten en pulsar las teclas de un teclado para plasmar las palabras que anidan en mi mente en la pantalla del ordenador hasta así conformar un conjunto de ideas interconectadas entre sí y crear lo que denominamos un texto, lo único que pretendo, decía, es aprovechar estos momentos de tregua, de duración igualmente indeterminada como predecible, que por lo visto mi perrería ha tenido la cortesía de concederme, para saludarte y decirte con toda honestidad que, a pesar de todo, te he echado de menos.

Atentamente,

Albert

viernes, mayo 12, 2006

Relato sin usar la letra "U", exceptuando el título y para acompañar las "Q" y las "G"

- No creas que es fácil.- Dijo Hopper dirigiéndose a quien aquella noche le habían asignado como compañero de ronda.- Se requiere gran concertación mental...- Prosiguió al tiempo que cerraba el ojo derecho tras la mirilla del revolver.

- Oh, vamos... No intentes convencerme de lo que es evidente que no eres capaz de... -Sin poder acabar la frase, Jake posó las manos sobre la cabeza como acto reflejo al estrepitoso sonido que provocó el disparo.

Impresionado, más por la distancia que separaba a Hopper de la lata, que por la temeridad del canadiense al realizar tal acto a pleno sol y a no más de 2 pasos de la gasolinera, Jake se quedó sin habla.

- ¡Veinte metros! ¡Sí! ¿Que te parece, eh, novato?- Dijo Hopper acompañando las palabras con sonoras carcajadas.

Sin permitir que el asombro se le reflejara en el rostro, Jake giró sobre si mismo y clavó la mirada en Hopper.

- ¡Felicidades!- Gritó con tono irónico al tiempo que palmeaba las manos.- Así que eso es a lo que se dedican realmente los designados a preservar la ley y el orden...

Hopper, apoyado en el capó del coche sobre la pierna izquierda, sopló con aire pasota ante el comentario del chico al definir que, evidentemente era en pos de haberle desmoronado la vanidad con la que había aceptado el reto.

- Menos charla novato...- Dijo con sorna.- Hay treinta pavos en esa cartera que llevas en el trasero que me pertenecen.

Dolido,
resignado y escarmentado para próximas veces, el joven que tanto parecía prometer en "Scotland Yard", entregó el dinero al canadiense, .

La radio empezó a emitir chasquidos distorsionados y rompió el silencio que se generó mientras Hopper colocaba los billetes que acababa de ganar, en el viejo monedero del que jamás se desprendería por ser regalo de familia.

- Vamos, parece que tenemos faena...

Los dos compañeros entraron en el coche, arrancaron y se alejaron al instante con sonoros silbidos provinientes de la sirena que colocaron en el techo.

Nadie oyó los lamentos de la pobre lata que yacía sobre la arena profiriendo maldiciones sobre quienes habían cometido tal atrocidad. Tan sólo el viento, al pasar a través del orificio de bala, era capaz de entonar el sonido del lamento que la asolaba: "¡Uuuuuh...! ¡Uuuuuh...!"

Fun, digo... Fin.

lunes, mayo 08, 2006

Oh, gran despreciada...: Primeras declaraciones

"Eres más inútil que la primera rebanada de pan Bimbo!", llevo escuchando y sintiéndome acusado por esta expresión utilizada tantas y tantas veces de modo gratuito, desde hace años; sin embargo hoy he decidido descubrirme y romper el silencio que hace ya tiempo me corroe por dentro: "Sí, me gusta la primera rebanada de pan Bimbo!"

Y es que no entiendo que es lo que la gente tiene en contra de ella! Cual es ese aspecto de su ser que la convierte en odiada por tantos, que la hace merecedora de tal desprecio y que tan injustamente la transforma en objeto de tal variedad de insultos y burlas... ¿A caso es que su sabor es diferente al del resto de rebanadas (por las que, aprovecho para decir, siento un equiparable respeto)? ¿A caso no es fruto de un mismo proceso de producción? ¿O es quizás el hecho de tener una constitución diferente a la del resto? ¿De tener uno de sus lados cubierto por completo de ese elemento al que llaman corteza?

Bien sabido es por todos el sentimiento de rechazo que provoca la corteza del pan Bimbo (conocido también, gracias a su aceptación social, como pan de molde) sobre gran parte de los sectores de la población consumidora; rechazo de magnitud tal que ha llevado a reunirse a los equipos de marketing de las empresas productoras con el objetivo de trazar la perfecta estrategia para conseguir su eliminación, que si bien en un principio ha sido sólo parcial, no tardará en ser definitiva.
Imágenes de archivo
Pero digo yo de nuevo: "¿Que tiene de malo la corteza del pan de molde?" Que es eso tan malo que ha iniciado la eliminación de su especie hasta crear una raza perfecta de rebanadas de pan, cuadradas, blancas, más esponjosas que nunca, todas y cada una de ellas idénticas a sus compañeras y lo más importante de todo, sin corteza.

¿A que punto estamos llegando señores? ¿Hasta donde vamos a ser capaces de llevar esta locura, me pregunto mientras saboreo un Sándwich? ¿Cual será nuestro próximo objetivo? ¿Eliminar las pipas del pan de pipas? ¿El muesli del pan integral?

Sea cual sea su elección confío en que será acertada y la mejor para usted. Ahora, y como buen defensor de la integridad del pan de molde, primera y última rebanadas incluidas, me despido no sin antes dejando esta imagen a modo de homenaje, muchas gracias.

viernes, mayo 05, 2006

De como afecta la Perrería a nuestra persona: Apuntes generales

Saben que pasa? Pues que en mi opinión, por mucho que digan los tópicos que el mejor amigo del hombre es el perro, creo que la perrería es uno de los enemigos más voraces que amenaza a la raza humana. Astuta, sabia, sutil... Lleva años observándonos, siglos osaría decir. Nos conoce a la perfección, sabe como encontrar nuestros puntos débiles y como eliminar los fuertes hasta llegar a tener un control absoluto de nuestra persona y hacer que caigamos rendidos inevitablemente ante sus encantos.

Sus métodos son sencillos y sin embargo infalibles, y no precisamente escasos. Es capaz de predecir hasta el más mínimo indicio de intención de movimiento corporal, interceptarlo si define que éste está destinado a llevar a cabo algún tipo de esfuerzo ya sea mental o físico e intercambiarlo en consecuencia por una imperativa orden de retroceso que nos obliga a rectificar nuestra trayectoria en sentido opuesto sin lugar siquiera a reflexión.

No nos engañemos, nadie está exento de su poder. La perrería habita en todos y cada uno de nosotros, y sea más o menos en el fondo lo sabemos. Es pura genética. Nadie, incluida la persona más hiperactiva de la faz de la tierra, está exento de caer en sus garras, si bien es cierto que la perrería no acostumbra a sentirse cómoda en cuerpos hiperactivos, digamos que... no consigue trabajar a gusto. Lo único que consigue es que, el indivíduo, sumido en un estado de necesidad incesante de actividad física, no entienda el por qué de su conducta, si en realidad lo que desea es no hacer nada. Ciertamente, debo reconocer que dicha situación, gracias a la gran carga de ironía que conlleva, llega a divertir en cierto modo a la perrería.

Señores, llevo 24 años conviviendo con la perrería, y después de todo este tiempo, he llegado a la conclusión de que no hay ninguna posibilidad de deshacerse de ella. Forma parte de nosotros. La heredamos de nuestros padres, y ellos de los suyos, y nuestros hijos la heredarán de nosotros. Jamás, y bajo ninguna circunstancia abandonará nuestros cuerpos; aunque consigamos hacerla caer en el más profundo y cruel de los olvidos ella seguirá ahí, esperando su momento con inquebrantable paciencia, agazapada en lo más profundo de nuestro ser consciente de nuestro desprecio hacia ella, pero no por eso desistirá en su empresa, al contrario, vivirá y morirá con nosotros pase lo que pase.